Los ciegos ante el ser trascendente

“Los ciegos para el Ser pasan, incluso, por ser los únicos que ven de verdad.”
Martin Heidegger

martes, 27 de julio de 2010

El Sí-mismo y el Otro: el sujeto y la identidad grupal


Mi concepto de identidad es una idea que he ido formando a lo largo de un proceso filosófico de reflexión bastante dilatado.

Comparo la identidad con un conjunto de círculos que van desde el círculo mínimo, la identidad personal, hasta un círculo máximo, el que circunda al  ser humano inteligente que habita en el conjunto espacial mayor que podamos concebir: normalmente el planeta Tierra.

Este conjunto de círculos, conforme poseen un  mayor diámetro e incluyen a los menores, corresponderían a la identidad personal, la familiar, la de la propia ciudad de donde se es, la identidad de la autonomía, la nacional, la europea, etc.

Por otra parte concibo estas diversas identidades, en que nos sentimos formar parte de un grupo mayor, como identidades imbricadas o estructuradas concéntricamente dentro del mismo sujeto y armonizadas psicológicamente entre ellas sin conflictos graves conforme al sujeto va ganando en madurez como ser humano socialmente integrado.

Con la idea de círculos concéntricos psicológicos quiero significar que la identidad se conforma de modo natural partiendo del propio cuerpo y de la propia mente y sentimientos que nos hacen sentirnos como unidad personal integrada en un yo. Cuando este percibirnos a nosotros mismos y este aceptarnos en el amor a sí mismos bien entendido está logrado es cuando podemos amar a los demás. ¿Cómo puede amar a los demás quien no se ama siquiera a sí mismo y tiene conductas autodestructivas respecto de sí mismo?

El segundo círculo estaría conformado por los más cercanos y unidos a nosotros por lazos de sangre y de convivencia íntima, la familia. Si uno no se siente unido a su familia, no la ama y no es capaz de convivir con ella -salvo casos de familias desestructuradas en alto grado- ¿cómo puede apreciar o tener lazos de amistad con otras familias distintas de la suya y con menos trato?

A su vez, cuando estamos integrados en nuesta ciudad y colaboramos dentro de ella social y culturamente integrándonos en sus grupos podemos apreciar el que otros amen también sus ciudades y se sientan felices de pertenecer a las mismas y podremos sentir empatía por ellos.

En fin, así iriamos penetrando psicológicamente e integrándonos cultural, mental y emocionalmente en círculos de progresiva extensión humana, a mi entender bajo la ley general -que puede tener excepciones- de que cuando no se ama y no se ha madurado dentro de los grupos más cercanos dificilmente podemos amar a los más lejanos y desconocidos.

De este modo aparece al sentido común y a la sana razón que no hay que excluir nada. No es necesario odiar ni fomentar separatismos excluyentes para con nadie, ni personas, ni grupos, ni nacionalidades, ni países. Todo puede estar integrado y en su lugar si guardamos este orden natural de pertenencia.

El problema surge cuando una persona o alguno de estos colectivos nos agrede. En este caso me retraigo en esa integración amistosa con esa persona o con ese grupo y me veo forzado a la defensa de mi identidad, ya sea mi identidad personal, familiar, de ciudadano, regional, nacional o cualquier otra.

Pero esto no es necesario realizarlo con odio ni para siempre; sólo sería una medida circunstancial en tanto en cuanto persiste la agresión. Por poner un ejemplo, por muy pacifista y amante de la humanidad que sea una persona, si alguien penetra en su domicilio de noche con intención de agredir a su familia que duerme no tendré más remedio que defenderla con los medios necesarios y sin causar un daño mayor del necesario para esta defensa. Si me amenazan sin armas no tendré por qué disparar a matar, generalmente hablando, sino sólo para herir o inmovilizar a quien me amenaza.

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