Los ciegos ante el ser trascendente

“Los ciegos para el Ser pasan, incluso, por ser los únicos que ven de verdad.”
Martin Heidegger

sábado, 10 de marzo de 2007

Conciencia, mancha y culpa

El tener que asumir la culpa en cualquier circunstancia como propia es la situación-límite que más que cualquier otra parece relacionarse con la metáfora de la Sombra. Si la sombra es el conjunto de lo negativo que hay en mí –aún cuando intento no verlo-, el asumir la culpa en mí representa la condición indispensable para cualquier operación sucesiva. No puedo transformar el límite en definición si antes no he cargado con su culpa, puesto que sólo así éste es verdaderamente mío. Me apropio de la Sombra sólo al reconocerme culpable de ella.

[Mario Trevi, Metáforas del símbolo, Rubí (Barcelona), Anthropos Editorial, 1966, pp. 157-158]. Citado en Paul Ricoeur. Discurso y hermeneusis, Revista Anthropos, nº 181, pág. 3.


La mancha


Ricoeur realiza una valoración de los símbolos de la mancha en el sentido de la insuficiencia de su contenido ético. La humanidad que se rige por la mancha no tiene un suficiente desarrollo ético que sólo se da en la conciencia de pecado y en la imputación correspondiente. Es decir en la conciencia del “ser responsable” con lo cual conectamos con el núcleo ético de Sí mismo como otro. La razón de esto es que se trata de una conciencia que “no mide la impureza por la imputación de un agente responsable, sino por la violación objetiva de algo que está vedado”.

Esta humanidad regida por la mancha, acusa una fase de desarrollo ético, según Ricoeur, en la cual no se ha sido aún capaz de discriminar entre el mal y la desgracia que sucede accidentalmente, entre “el orden ético de la mala acción y el orden cósmico-biológico del mal-físico.

Después de analizar el símbolo de la “mancha primordial de la sexualidad”, expresa Ricoeur cómo estos símbolos primarios –como es el de la mancha- aún nos atañen, por estar profundamente vivientes en nosotros. Por tanto, para pasar a una reflexión auténtica –en este caso en el ámbito ético de la sexualidad- habremos de caminar a través de esta hermenéutica de los símbolos progresando hasta el concepto auténticamente ético de pecado y culpa. Todo ello nos hace pensar que asistimos en esta obra a una confrontación de la conciencia anterior –nos referimos en especial a la conciencia subyugada por mitos que contienen símbolos primarios de la mancha- con la conciencia ética posterior que podríamos denominar, en cierto sentido, también nuestra conciencia, con lo cual Ricoeur estaría tratando de deducir la génesis o comienzo de la conciencia moral.


Esta confrontación a que nos referimos apunta esencialmente a la imputación de la responsabilidad ético-moral. Pero al basarse este concepto de imputación en el ser responsable –cuarto modo de actuación o capacidad del sí en su obra Sí mismo como otro- vemos otra clara conexión de La simbólica del mal con esta última obra, bajo la perspectiva que perseguimos. Más adelante Ricoeur afirma que, a partir del miedo a lo impuro, a la mancha, y por sublimación de este miedo, nace la conciencia moral auténtica. Es más, la desvinculación sufrimiento-culpa, inherente al símbolo del mal como mancha, fue realizada por el sufrimiento soportado por el justo hasta límites extremos.

Ricoeur, en suma, está realizando un esfuerzo hermenéutico, un trabajo de comprensión de los símbolos y mitos que ha de redundar en una comprensión empírica del mal. En efecto, recordemos que no existe acceso al mal desde la pura descripción de las estructuras subjetivas. El mal es un accidente que adviene al hombre con el concurso de su propia voluntad libre, y por tanto, responsable. En esta exploración que está realizando de la transformación de los símbolos primarios dentro de la progresión ética desde la mancha a la culpa, pasando por el pecado, Ricoeur nos llama la atención sobre la importancia de la aparición del lenguaje de la culpa.

Somos también herederos de la filosofía griega en relación con este problema. Ricoeur expone que hemos heredado la forma en que los griegos expresaron sus creencias en torno al problema del mal en su literatura y en su filosofía. Estas fueron elaboradas al contacto con los mitos. Cita los casos del «entredicho» , el destierro y la muerte como ejemplos. En definitiva no podemos por menos que ver aquí obrando la intersubjetividad bajo su aspecto ético-moral expresado bajo el símbolo de la mancha. La referencia al «otro» cuyo juicio de algún modo forma parte de nosotros mismos, parece transportarnos en el tiempo, siendo anticipación de lo que desarrollará en Sí mismo como otro.

Ricoeur avanza en su objetivo a través de una hermenéutica que toma el sustrato de los símbolos y mitos haciendo acceder a la claridad de la comprensión filosófica la conciencia de los pueblos expresada en los mitos y teniendo como elemento mediador –entre filosofía y mitos- al lenguaje. A través de estos símbolos de la mancha y los sentimientos de temor que conllevan, Ricoeur estudia el nacimiento de la conciencia de sí. Es a través de la interrogación de sí que producen los sentimientos de lo impuro y del temor al castigo en relación con ellos como se desarrolla una conciencia de sí mismo cada vez más lúcida que alcanza, en relación con estos símbolos del mal, su más alta expresión en el concepto de culpa. Es evidente, por otro lado, que la culpa está íntimamente conexa con el concepto de responsabilidad y éste con la estima de sí.

El autor prosigue con este análisis del temor en relación con la génesis de la verdadera conciencia responsable, poniendo la auténtica educación de la misma no en la supresión instantánea y radical del temor. La verdadera educación tanto de los individuos como de los pueblos estaría en la sublimación progresiva del mismo con el objetivo de su desaparición final, ya que el temor es un elemento a usar tanto en la educación de las personas como en la defensa de la sociedad contra las actitudes delictivas. Existe aquí una dialéctica análoga a la expresada en el binomio ética y moral, o el de amor y justicia o bien con el de solicitud y norma.

En efecto, Ricoeur considera al temor como una palanca “providencial” para acceder al plano más alto -“hiperético” le llama-, en el cual temor y amor sean una misma cosa, mostrando con esta afirmación lo temprano de sus convicciones y de su actitud filosófica: la filosofía de Ricoeur es una filosofía militante en pos de un sujeto que sea en la plenitud de su ser, es decir, en comunicación vital y plena con sus semejantes, lo cual el autor no lo concibe sin una vida ética que se plenifica en el amor, como acabamos de ver. Sus obras posteriores, sobre todo Soi-même comme un autre son una confirmación de esta idea.


“Así, por ejemplo, nos sorprende ver que se consideran como impuras ciertas acciones humanas involuntarias o inconscientes, ciertos comportamientos de los animales y hasta simples acontecimientos materiales; así verbi gratia, una rana que salta al fuego o una hiena que hace sus deposiciones cerca de una tienda. Y ¿por qué nos extrañamos? Por la sencilla razón de que nosotros no hallamos en esos actos ni en esos episodios la menor base para formular una imputación personal [...]”.

(Finitude et culpabilité, pp. 188-189; trad. pp. 190-191).