Los ciegos ante el ser trascendente

“Los ciegos para el Ser pasan, incluso, por ser los únicos que ven de verdad.”
Martin Heidegger

sábado, 27 de junio de 2009

Las dos primeras Iniciaciones


CAPÍTULO IX

EL SENDERO DE LA INICIACIÓN


Después de un período breve o largo, el discípulo se encuen­tra ante el Portal de la Iniciación. Debe recordarse que, a me­dida que nos acercamos al Maestro y al Portal, se llega como dice el libro Luz en el Sendero: "con los pies bañados en la sangre del corazón". Cada paso trascendido se da mediante el sacrificio de todo lo que es querido por el corazón en algún plano, y este sacrificio debe ser siempre voluntario. Quien huella el sendero de probación y el de santidad, sabe el precio que debe pagar, ha reajustado el sentido de los valores y, por lo tanto, no juzga como lo hace el hombre mundano. Quien intenta "arrebatar el reino por la violencia", lo hace porque está preparado para el consi­guiente sufrimiento. Quien considera que nada tiene valor ex­cepto alcanzar la meta, está dispuesto a sacrificar su propia vida en la lucha para que predomine el yo superior sobre el yo inferior.


Las dos primeras Iniciaciones.


En la primera iniciación, el ego debe haber controlado en gran medida al cuerpo físico y vencido "los pecados de la carne", según la fraseología cristiana. No deben prevalecer la gula, el alcoholismo, ni el libertinaje, ni satisfacerse las exigencias del ele­mental físico; por lo tanto el control debe ser total y la tentación vencida. Debe mantenerse una actitud general y una fuerte dis­posición de obediencia al ego. Entonces el canal entre lo superior y lo inferior se expande, y la carne obedece prácticamente en for­ma automática.


El hecho de que no todos los iniciados estén sometidos a esta norma, quizás se deba a varias cosas, pero debe emitirse la nota de la rectitud; el reconocimiento de sus debilidades deben hacerlo sincera y públicamente, y conocerán la lucha entablada para adap­tarse a las normas superiores, aunque no logren la perfección. Los iniciados pueden caer, y caen, incurriendo por consiguiente en el castigo de la ley, y también perjudicar, y perjudican, al grupo con su caída; en consecuencia, deben someterse al karma del reajuste, teniendo que expiar el daño mediante un servicio más prolongado, donde los miembros del grupo, aunque inconscientemente, aplican la ley. Su progreso se verá seriamente obstaculizado, y se per­derá mucho tiempo en agotar el karma con las unidades perjudi­cadas. Debido al hecho de que un hombre es un iniciado y, por lo tanto, un medio para una fuerza muy acrecentada, sus desvia­ciones del recto sendero tienen más poderosos efectos que los de un hombre menos avanzado. Su premio y castigo serán igualmente mayores. Debe pagar inevitablemente el precio antes de permi­tírsele proseguir en el camino. Respecto al grupo perjudicado por él, ¿cuál debe ser su actitud? Reconocer la gravedad del error, aceptar inteligentemente los hechos, abstenerse de críticas poco fraternas e irradiar amor sobre el hermano pecador; todo esto, juntamente con cualquier acción, aclarará al público que tales pecados e infracciones a la ley no son perdonados. A esto se debe añadir la actitud mental del grupo implicado, que conducirá (mien­tras actúa con firmeza) al hermano equivocado a ver su error, cumplir su karma retribuidor y luego ser reincorporado a la con­sideración y respeto, después de hacer las debidas enmiendas.


No toda la gente se desarrolla en las mismas o paralelas líneas, por lo tanto, no es posible dictar reglas rígidas invariables, res­pecto al proceso exacto de cada iniciación, determinar qué cen­tros deben ser vivificados o qué visión ser adjudicada. Mucho depende del rayo a que pertenece el discípulo, de su desarrollo en cualquier dirección (pues no todos suelen desarrollarse similar­mente), de su karma individual y también de las exigencias de algún período especial. Sin embargo pueden hacerse muchas su­gerencias: En la primera iniciación, o el nacimiento del Cristo, generalmente se vivifica el centro cardíaco, a fin de obtener un control más eficaz del vehículo astral y prestar un mayor servicio a la humanidad. Después de esta iniciación se enseña princi­palmente al iniciado lo concerniente al plano astral; debe estabi­lizar su vehículo emocional y aprender a actuar en el plano astral con la misma soltura y facilidad con que lo hace en el plano físico; debe entrar en contacto con los devas astrales; aprender a con­trolar a los elementales del astral; actuar con facilidad en los subplanos inferiores, y acrecentar el valor y la calidad de su tra­bajo en el plano físico. En esta iniciación pasa del Aula del Apren­dizaje al Aula de la Sabiduría. Entonces se le da especial impor­tancia al desarrollo astral, aunque su equipo mental se desarrolla constantemente. Muchas vidas transcurren entre la primera y se­gunda iniciaciones. Puede pasar un largo período de encarnacio­nes antes de perfeccionar el control del cuerpo astral y el iniciado estar preparado para el próximo paso. En forma interesante apa­rece en El Nuevo Testamento esta analogía en la vida del iniciado Jesús. Pasaron muchos años entre el Nacimiento y el Bautismo, pero en tres años dio los tres pasos restantes. Una vez pasada la segunda iniciación, el progreso es rápido; la tercera y cuarta ini­ciaciones seguirán probablemente en la misma vida o en la si­guiente.


La segunda iniciación constituye la crisis del control del cuer­po astral. Así como en la primera iniciación se manifiesta el con­trol del cuerpo físico denso, en la segunda se manifiesta análoga­mente el control del astral. El sacrificio y la muerte del deseo ha sido la finalidad del esfuerzo. El ego dominó al deseo, y sólo queda el anhelo de lo que es para beneficio del todo, de acuerdo a la voluntad del ego y del Maestro. El elemental astral es controlado, el cuerpo emocional se torna puro y límpido y va desapareciendo rápidamente la naturaleza inferior. Entonces el ego se aferra nue­vamente a los dos vehículos inferiores y los somete a su voluntad. La aspiración y anhelo de servir, amar y progresar, llegan a ser tan intensos, que por lo general se observa un desarrollo muy rá­pido. Esto explica por qué, esta iniciación y la tercera, se suceden con frecuencia (aunque no invariablemente) en una misma vida. En este período de la historia del mundo se ha dado tal estímulo a la evolución, que las almas aspirantes ‑al sentir la angustiosa y perentoria necesidad de la humanidad‑ sacrifican todo a fin de satisfacer esa necesidad.


Además, no debe incurrirse en el error de creer que todo esto sigue invariable y consecutivamente los mismos pasos y etapas. Mucho se realiza al unísono y simultáneamente, porque el esfuer­zo en ejercer control es lento y penoso, pero en el intervalo entre las tres primeras iniciaciones debe lograrse y mantenerse una eta­pa definida en la evolución de cada uno de los tres vehículos infe­riores, antes de ser posible una mayor expansión, sin peligro, del canal. Muchos actúan en los tres cuerpos, a medida que huellan el sendero de probación.


Si en esta iniciación se sigue el curso común (lo que no es del todo seguro) se vivifica el centro laríngeo. Esto desarrolla la capa­cidad de aprovechar las adquisiciones de la mente inferior en ser­vicio del Maestro y ayuda al hombre; otorga la habilidad de dar y expresar aquello que constituirá una ayuda, posiblemente a través de la palabra hablada, pero indefectiblemente al prestar algún tipo de servicio. Acuerda una visión de las necesidades del mundo, y muestra otra parte del plan. Por lo tanto, el trabajo que se debe realizar antes de recibir la tercera iniciación es su­mergir totalmente el punto de vista personal en las necesidades del todo, lo que implica el total dominio de la mente concreta por el ego.


Alice A. Bailey (El Tibetano), Iniciación Humana y Solar. Editorial Sirio, Málaga, 1997, págs. 76-78.

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