Los ciegos ante el ser trascendente

“Los ciegos para el Ser pasan, incluso, por ser los únicos que ven de verdad.”
Martin Heidegger

jueves, 10 de diciembre de 2009

La Identidad moral de la Persona




Para dar una primera idea del tema que expondré, quisiera comenzar contando una anécdota que ilustre esta dimensión moral del ser humano, de modo que nos haga ver la importancia del componente ético de la identidad y que, cuando no existe un reconocimiento de los demás como seres iguales en dignidad a nosotros mismos, no es posible una convivencia dentro de los llamados valores éticos o no puede darse el respeto de los derechos humanos en la convivencia con otros pueblos.

Hace años con ocasión de la realización de un curso en la Universidad de Cádiz sobre el descubrimiento de América y el problema de la alteridad, me llamó la atención el problema del reconocimiento del otro, al darme cuenta de la incapacidad de los conquistadores para reconocer en los nativos a unos seres humanos iguales a ellos y, por tanto, con una dignidad que exigía un trato, cuando menos igual, al que se daba como trato normal a cualquier europeo de la época.

En efecto, la identificación que Colón y sus acompañantes realizaban de «ser humano» se limitaba solamente a una forma de ser persona, la forma de realizar el contenido de humanidad del europeo del siglo XV: Ir vestidos (no desnudos), hablar un idioma de los conocidos (los sonidos emitidos por estos nativos desnudos que veían correr en la playa al desembarcar no les parecían plenamente humanos), etc.

Esta forma etnocéntrica de ser humano que Colón reconoce como la única incluía también un modo de ser religioso muy alejado de los ritos salvajes de aquellos nativos que, además, por su pequeña estatura, su forma de andar o correr y su larga cabellera hacían dudar a estos hombres, cuya visión antropológica distaba mucho de la nuestra, que aquellos nativos albergaran un alma en su interior.

Este no reconocimiento de otra forma muy distinta de ser humano es lo que les llevó con frecuencia a un trato inhumano de aquellos nativos por no reconocerlos como semejantes y, por tanto, iguales en dignidad.

Esto mismo es lo que ocurre, por desgracia, con la generalidad de las personas. No admitimos formas distintas de entender la religión, la política o la vida en general. No toleramos formas distintas de solucionar los múltiples problemas morales humanos: dilemas tales como los de la eutanasia, la concepción del matrimonio y de la sexualidad, los nacionalismos, las soluciones al problema del terrorismo, etc. y manifestamos esta intolerancia frente a formas distintas de realizar lo humano, que nos parecen extrañas e inmorales (frente a las nuestras que consideramos más generosas y acertadas), haciendo uso de todo tipo de violencia: contra las personas, contra los bienes contra las libertades, etc.

La consecuencia de mi reflexión sobre este problema fue que para construir una identidad plenamente humana era necesario hacerlo manteniendo una mentalidad siempre abierta a la estima del otro como a uno mismo y, por tanto, llegué a la conclusión que la identidad humana tiene un punto de vista privilegiado en la dimensión ética o moral.

De aquí se sigue que debemos tratar de reflexionar sobre la identidad y ver si el componente ético de la misma puede constituirse como un elemento fundamental de integración de nuestra personalidad que proporcione unidad, coherencia y sentido a la vida humana dentro de `un proyecto de vida buena con otros en las instituciones´, es decir desde una perspectiva social y de convivencia política.

Este último enunciado: `un proyecto de vida buena con otros en las instituciones´ pertenece a la filosofía política de Aristóteles y es una expresión muy querida del filósofo francés Paul Ricoeur en el que basaré en buena parte este trabajo.

La ética, o filosofía moral, puede considerarse constituida por el conocimiento de los principios que rigen el comportamiento moral y estos principios, a su vez, pueden ser vistos como imperativos prácticos o modelos que dirigen este comportamiento.

Es evidente, por tanto, que se está hablando o argumentando éticamente siempre que se propongan (o se supongan implícitamente) modelos prácticos de comportamiento en relación a un proyecto total de bien humano.

La dimensión ética se manifiesta, pues, siempre que el que actúa o el que valora una acción lo hace desde una perspectiva o punto de vista en el que se consideren las relaciones de estas acciones, actitudes o hábitos con los principios o valores humanos más altos (principios éticos).

Estos principios muy generales de la ética deben tener siempre como proyecto de conciencia el bien propio y ajeno, tal como Paul Ricoeur mantiene en su obra Finitud y culpabilidad, o en su gran obra postrera Sí mismo como otro.

De este modo, vemos que las demás dimensiones de nuestra existencia, puesto que pueden favorecer o entorpecer este proyecto ético, pueden subordinarse o ponerse en relación con la dimensión ética de la persona.

Esta dimensión ética, por tanto, subyace en la identidad y al mismo tiempo la constituye y da al sujeto su mayor valor y plenitud de vida cuando encuadra su vida en un proyecto ético. Por tanto se trata de una dimensión necesaria para la plenitud y madurez de la vida humana.

Poseemos una identidad, bien constituida, personal, social y políticamente cuando nos identificamos y nos pueden identificar con ideas, costumbres, hábitos, lugares, creencias, grupos, etc. Todas estas identificaciones, las cuales vamos realizando en nuestra vida al asumir los valores morales, son las que, al abocarnos al compromiso o fidelidad con ellas, nos hacen elegir, decidir, defender una causa que creemos digna y comprometernos con la misma.

Todos conocemos ejemplos históricos de compromiso que han dado un alto reconocimiento universal de moralidad a diversas personalidades: figuras como Martin Luther King, Ghandy, Teresa de Calcuta, Sócrates, Buda, Jesús, etc., por citar sólo unos pocos nombres, son ejemplos de personalidades en que el compromiso ético constituye su identidad con una gran fuerza y plenitud, con paz de conciencia y felicidad a pesar de llevarse a cabo en medio de luchas o sufrimientos.

Juan Dianes Rubio