Tanto la identidad personal como la identidad colectiva son sujetos de un delicado equilibrio si quieren ser identidades psicológicamente sanas y éticamente equilibradas que no se causen daño a sí mismas ni a los demás.
Cuando la identidad personal se acerca demasiado al polo del sujeto cae en el egoísmo, ese solipsismo ético que lleva poco a poco a la muerte psicológica por inanición psíquica, ya que vivimos gracias a los demás que nos constituyen interiormente. Cuando se centra con exceso en los demás cae en la ausencia de personalidad y en la dependencia psicológica, en suma, en la debilidad psíquica que no es auténtica vida del sujeto a expensas siempre de otro que le domina.
De modo análogo ocurre con la identidad colectiva. Cuando se auto-centra en sí misma y se obsesiona con su identidad puede llegar a acciones violentas de variados tipos aunque camufladas mediante medidas legislativas o acciones aparentemente democráticas y a medidas de empobrecimiento de sus relaciones cordiales con otros colectivos o nacionalidades. Cae, en suma en el nacionalismo excluyente o en el racismo si se trata de un colectivo-raza.
Cuando estos colectivos son débiles y permiten la dependencia injusta de otro colectivo mayor o más fuerte, sufre de modo análogo las carencias que apuntábamos para el caso de las personalidades débiles dominadas por otro más fuerte: Neurosis colectiva de ese pueblo que sufre la disminución injusta de su identidad y falta de felicidad y desarrollo de ese pueblo sometido. Es necesario meditar y ver las relaciones que tiene todo esto con las realidades que estamos viviendo en España actualmente.
Tratemos de encontrar el punto medio de constitución de una identidad sana y equilibrada, tanto personalmente, porque de ello depende nuestra salud y felicidad, como políticamente para los pueblos que componen un todo mayor, porque de ello depende la paz y armonía entre los pueblos así como el progreso económico y social.
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