El miedo es la confrontación en nuestra mente de dos estados o situaciones. Una corresponde a la situación actual que un determinado sujeto vive y en la cual se posee un bien de cualquier naturaleza que se aprecia, por ejemplo, una familia que se ama, un buen trabajo, la salud, etc. La otra situación que se confronta con la primera es aquella en que uno empieza a ser víctima de pensamientos en que nos vemos, por cualquier causa, con probabilidades de perder ese bien que disfrutamos y que tanto apreciamos.
De esta posibilidad o temor de pérdida -real o imaginaria- nace un estado de angustia e inquietud que se transforma en un sufrimiento interior constante y que puede hacer estragos incluso en nuestro equilbrio psíquico si prosigue y, más tarde, arruinar la propia salud del cuerpo.
Pues bien, no es posible superar este estado sino con una profunda meditación, durante los días que hagan falta, en la cual el sujeto vea si existe algún medio real de impedir la pérdida de este bien luchando por él noblemente y con medios lícitos valientemente hasta el final. Excluyo aquí, naturalmente, los casos extremos que requieren ayuda psiquiátrica o psicológica la cual aconsejo vivamente al que la necesite.
Si no es así, es decir, si no podemos con nuestro afán defender ese bien, es preciso decidirse a vivir sin el mismo y aceptar la pérdida con valentía programando nuestra vida positivamente después de esa pérdida.
Nunca se puede resolver un problema real huyendo de pensarlo conscientemente, buscando evasiones que nos adormecen y no afrontan la realidad. Sólo haciendo frente con valentía al problema por muy terrible que sea podemos tener la posibilidad de mantenernos en una identidad sana y equilibrada prosiguiendo nuestra vida con un gran tono vital y seguir siendo útiles a los demás. De otro modo seremos sujetos que nos habremos hecho un gran daño a nosotros mismos y fuente de pena y sufrimiento para las personas que nos rodean y para el conjunto de la humanidad.
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